Opinión

Muerte de Manuel Contreras

11 Agosto 2015

Convertir a los criminales en monstruos evita o facilita no preguntarse por las condiciones y causas que permiten actuar a esos hombres. Si ellos son sólo aberraciones, el resto, los que somos “normales”, tenemos menos de qué preocuparnos y menos preguntas. Y esa es la trampa: no asumir o cuestionarse qué se hizo como sociedad, como individuo, para impedir que esos actos terribles se llevaran adelante.

Carta publicada en La Tercera, 11 de agosto de 2015

Señor director:

La muerte de Manuel Contreras produce diversas reacciones. Para unos, alivio de que esa figura que les recuerda lo peor del régimen que apoyaron al fin desaparezca. Para otros, indignación y desprecio por lo tarde que llegó la justicia en su caso, y por su total falta de reconocimiento de los actos que cometió. Su persona también produce, en muchos, una sensación de horror frente a los terribles hechos cometidos por la organización bajo su mando (Dina).

Ese horror, alimentado por la carencia de arrepentimiento, lleva con facilidad a considerarlo una especie de aberración psicopática dentro de nuestra historia política. Pero calificar a los autores de las más graves violaciones de derechos humanos -y Contreras lo fue- como seres extraños, completamente ajenos a lo que conocemos, es un grave error. Ese error ha sido profusamente estudiado y discutido en los criminales nazis. En su caso, la tentación es probablemente mayor.

Convertir a los criminales en monstruos evita o facilita no preguntarse por las condiciones y causas que permiten actuar a esos hombres. Si ellos son sólo aberraciones, el resto, los que somos “normales”, tenemos menos de qué preocuparnos y menos preguntas. Y esa es la trampa: no asumir o cuestionarse qué se hizo como sociedad, como individuo, para impedir que esos actos terribles se llevaran adelante.

Muerto Contreras eso queda por hacer, entre otras cosas, como preguntarnos cuál debiera ser nuestra actitud a fin de reparar integralmente a las víctimas de sus crímenes y cómo prevenir que en el futuro haya otros hombres que lleguen a cometer esos mismos hechos, que hoy reconocemos como los más terribles de nuestra historia común.

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